Un gran número de trastornos mentales pueden
presentarse en la niñez. Entre ellos se encuentran el autismo, los trastornos
disgregativos, la esquizofrenia infantil, la depresión, las manías y la
enfermedad maniacodepresiva. También la conducta suicida y sus trastornos, la
ansiedad por la separación y los trastornos somáticos. Además, el trastorno de
identidad se revela inicialmente durante esta etapa, y los trastornos de abuso
de sustancias tóxicas son ahora más frecuentes entre niños y adolescentes. Otros
trastornos mentales importantes en los niños son la falta de atención, el
trastorno compulsivo obsesivo, y el síndrome de Tourette. Muchas familias se
benefician con la terapia familiar y los grupos de apoyo, puesto que los
desequilibrios mentales en niños y adolescentes tienden a ser
crónicos.
Autismo
El autismo es un trastorno en el cual los niños pequeños son
incapaces de entablar relaciones sociales normales, se comportan de manera
compulsiva y ritual, y a menudo no desarrollan una inteligencia normal.
Los indicios del autismo habitualmente aparecen en el primer
año de vida, pero siempre antes de los 3 años. El trastorno es de dos a cuatro
veces más frecuente en el sexo masculino que en el femenino. El autismo es una
entidad distinta al retraso mental normal o a la lesión cerebral, aunque algunos
niños autistas también padecen estos trastornos.
Causas
La causa es desconocida. Sin embargo, el autismo no es
causado por la mala paternidad. Los estudios sobre gemelos indican que el
trastorno puede ser en parte genético, porque tiende a manifestarse en ambos si
ocurre en uno. Aunque en la mayoría de los casos no tiene causa obvia, algunos
pueden relacionarse con una infección vírica (por ejemplo, rubéola congénita o
enfermedad de inclusión citomegálica), fenilcetonuria (carencia hereditaria de
enzimas), o el síndrome de X frágil (trastorno cromosómico).
Síntomas y diagnóstico
Un niño autista prefiere estar solo, no relacionarse
íntimamente, no abrazar, evita el contacto visual, se resiste al cambio, se ata
excesivamente a los objetos familiares y continuamente repite o ritualiza
ciertos actos. Generalmente comienzan a hablar más tarde que otros niños,
utilizando el lenguaje de manera peculiar; otros son incapaces de hacerlo o
simplemente se niegan. Cuando se le habla, el niño a menudo tiene dificultades
de comprensión. Puede repetir palabras (ecolalia) e invierte el uso normal de
los pronombres, particularmente usando tú y a ti en lugar de yo o a mí al
referirse a sí mismo.
La observación de los síntomas en un pequeño niño autista
permite al médico realizar el diagnóstico, aunque ninguna prueba es específica.
Es posible la realización de ciertos estudios para detectar otras causas de
trastorno cerebral.
Los niños autistas, en la mayoría de los casos, realizan
actos intelectuales irregulares y, como consecuencia, la evaluación de su
inteligencia resulta difícil y hay que repetir las pruebas varias veces. Los
niños autistas habitualmente rinden más en actos específicos (pruebas de
motricidad y habilidades de localización espacial) que en actos verbales en las
pruebas del coeficiente de inteligencia (CI). Se estima que el 70 por ciento de
los niños con autismo presenta además cierto grado de retraso mental (un CI
menor de 70).
Aproximadamente entre un 20 y un 40 por ciento de los niños
autistas, particularmente los que tienen un CI inferior a 50, padecen ataques
antes de la adolescencia. Algunos niños autistas tienen ventrículos agrandados
(áreas deprimidas) en el cerebro, que pueden observarse en una tomografía
computadorizada (TC). En los adultos con autismo, la imagen de resonancia
magnética (RM) puede revelar otras anomalías cerebrales.
Una variedad del autismo, denominada trastorno generalizado
del desarrollo infantil o autismo atípico, puede iniciarse más tarde, hasta los
12 años de edad. Como ocurre en el autismo que comienza en la infancia, el niño
con trastorno generalizado del desarrollo infantil no desarrolla relaciones
sociales normales y a menudo tiene amaneramientos raros y modelos de habla poco
comunes. Estos niños también pueden padecer el síndrome de Tourette, trastorno
compulsivo obsesivo, o hiperactividad. Debido a esto, el médico puede encontrar
cierta dificultad para diferenciar los síntomas de uno y otro.
Pronóstico y tratamiento
Los síntomas del autismo habitualmente persisten durante toda
la vida. Muchos especialistas creen que el pronóstico es determinado
fundamentalmente por la cantidad de lenguaje frecuente que el niño ha adquirido
hasta los 7 años de edad. Los autistas con inteligencia inferior a la normal
(por ejemplo, los que alcanzan un valor inferior de 50 en las pruebas de CI)
probablemente requieran un cuidado institucional a tiempo completo cuando
alcancen la edad adulta.
Los niños autistas con niveles de CI casi normales o altos, a
menudo se benefician con psicoterapia y educación especial. La terapia del
lenguaje se inicia tempranamente, así como la fisioterapia y la terapia
ocupacional. El lenguaje por signos es utilizado en varias ocasiones para
comunicarse con niños mudos, aunque se desconocen las ventajas. La terapia de la
conducta puede ayudar a los niños autistas a manejarse en la casa y en la
escuela. Esta terapia es útil cuando un niño autista agota la paciencia de los
padres, incluso los más adorables, y de los maestros más entregados.
Los medicamentos en ocasiones son útiles, pero no pueden
cambiar el trastorno subyacente. El haloperidol se utiliza principalmente para
controlar la conducta agresiva y el comportamiento autodestructivo. La
fenfluramina, la buspirona, la risperidona y los inhibidores selectivos
resorbentes de serotonina (fluoxetina, paroxetina y sertralina) son utilizados
para el tratamiento de los síntomas y conductas de los niños autistas.
Trastorno disgregativo infantil
El trastorno disgregativo infantil se caracteriza por el
hecho de que un niño aparentemente normal empiece a actuar como uno más pequeño
(retroceso) después de los 3 años de edad.
En la mayoría de los pequeños, el desarrollo mental y
psicológico se produce de forma irregular. Ocasionalmente, un niño normal parece
retroceder en su proceso madurativo, por ejemplo, el que sabe “pedir pis” que se
vuelve a orinar encima. El trastorno disgregativo infantil, sin embargo alguna
vez es un cuadro grave y puede ser la causa de que un niño que ya ha alcanzado
los 3 años, cese su desarrollo normal (muestra signos de detenimiento del
proceso madurativo) o presente retroceso del mismo. Habitualmente no se detecta
una causa, aunque a veces el niño tiene un trastorno degenerativo del
cerebro.
Síntomas y diagnóstico
El niño con un trastorno disgregativo típico presenta un
desarrollo normal hasta los 3 o 4 años de edad, es decir, que aprende a hablar,
a ir al baño y revela un comportamiento social apropiado. Después de un período
de malestar no específico y de cambios en el estado de ánimo, en el que el niño
se vuelve irritable y enfermizo, éste inicia una regresión obvia. Puede olvidar
el lenguaje previamente adquirido, las habilidades motrices o sociales, y puede
que no sea capaz de controlar la vejiga o los intestinos. Gradualmente va
deteriorándose hacia un grave retraso de sus habilidades. El médico llega al
diagnóstico a partir de los síntomas e intenta hallar algún trastorno
subyacente.
Pronóstico y tratamiento
El pronóstico es malo y los niños con retrasos graves
requerirán un cuidado de por vida. Sin embargo, la perspectiva de vida puede ser
normal si no presenta un problema subyacente. El trastorno disgregativo infantil
no tiene cura.
Esquizofrenia infantil
La esquizofrenia infantil es un trastorno que engloba un
comportamiento y pensamiento anormales; se inicia entre los 7 años y el
principio de la adolescencia.
La causa de la esquizofrenia infantil no se conoce.
Continúan las especulaciones acerca de cuáles son las anomalías químicas
cerebrales comprometidas y el papel que tiene el factor hereditario. Tampoco se
sabe por qué algunos niños desarrollan esquizofrenia en la infancia, cuando la
mayoría no presenta síntomas hasta muy avanzada la adolescencia. Lo que sí se
sabe es que la esquizofrenia no es causada por una deficiente atención por parte
de los padres.
Síntomas y diagnóstico
La esquizofrenia infantil habitualmente aparece después de
los 7 años. El niño se vuelve introvertido, pierde interés en las actividades
usuales y desarrolla un pensamiento y una percepción distorsionadas. Esta
esquizofrenia es similar a la que comienza en la adolescencia tardía o al
principio de la edad adulta. Un niño con esquizofrenia, como ocurre con los
adultos, es propenso a padecer alucinaciones, engaños y paranoia, teme que otros
estén planeando dañarlo o controlando sus pensamientos. Los niños con
esquizofrenia también son propensos a contener las emociones (ni la voz ni la
expresión facial cambian en respuesta a las situaciones emocionales). Las cosas
que normalmente los harían reír o llorar puede que no les causen ninguna
reacción.
El médico basa el diagnóstico en los síntomas. No existen
pruebas diagnósticas específicas, pero el médico trata de averiguar si existe
algún tipo de drogadicción, exposición a substancias tóxicas o alguna lesión
cerebral.
Tratamiento
No existe un tratamiento curativo, aunque algunos síntomas
pueden controlarse con medicamentos y psicoterapia. Los fármacos antipsicóticos
pueden facilitar la corrección de algunas anomalías químicas en el cerebro. El
tiotixeno y el haloperidol son bastante utilizados, aunque algunos medicamentos
más nuevos, como la risperidona, pueden lograr mejorías más evidentes. Sin
embargo, los niños son particularmente propensos a padecer los efectos
secundarios de estos medicamentos antipsicóticos, como temblores, lentitud de
movimientos y espasmos musculares, por lo que estos fármacos deben utilizarse
con gran precaución.
Un niño con esquizofrenia puede necesitar hospitalización
temporal cuando los síntomas empeoran, para que las dosis de los medicamentos
puedan ser reguladas y pueda evitar dañarse a sí mismo o a los demás. Algunos
niños deben permanecer en instituciones.
Depresión
La depresión es un sentimiento de intensa tristeza, puede
aparecer después de una pérdida reciente o de otro episodio afectivo, pero no
guarda proporción con el mismo, y se prolonga más tiempo del esperado.
La depresión grave es relativamente poco frecuente en los
niños, pero es frecuente en los adolescentes. A pesar de esto, cierto grado de
depresión puede llegar a constituir un problema en los niños en edad
escolar.
La depresión en los niños y adolescentes puede derivar de
episodios o problemas como los siguientes:
- Muerte de un familiar.
- La mudanza de un amigo.
- Dificultad en la adaptación escolar.
- Dificultad para hacer amigos.
- Abuso de medicamentos o de alcohol.
Sin embargo, algunos niños se deprimen sin haber pasado
experiencias demasiado tristes. A menudo, los miembros de la familia han
padecido depresión y diversos estudios han constatado que ésta tiende a ocurrir
en varios miembros de una misma familia.
Síntomas y diagnóstico
Los síntomas de depresión en los niños se relacionan con los
sentimientos de tristeza incontrolable y de inutilidad. Al igual que los
adultos, los niños depresivos pueden tener pensamientos suicidas. El médico
habitualmente puede diagnosticar la depresión a partir de los síntomas. Sin
embargo, la depresión a veces se encuentra enmascarada por síntomas
aparentemente contradictorios, como la hiperactividad y un comportamiento
antisocial agresivo.
Tratamiento
El médico trata de averiguar si las tensiones familiares o
sociales pueden haber precipitado la depresión y también indaga si la causa
puede ser un trastorno orgánico.
El médico puede recetar antidepresivos, que actúan
corrigiendo las irregularidades químicas del cerebro. Sin embargo, se han
realizado pocos estudios para probar la efectividad de los antidepresivos en los
niños. Los medicamentos que se indican con más frecuencia son los inhibidores
selectivos de serotina, como la fluoxetina, la sertralina y la paroxetina. Otro
grupo de antidepresivos son tricíclicos como la imipramina, que tienen efectos
adversos significativos y, por lo tanto, se deben utilizar con extrema
precaución en los niños. Para encontrar la dosis óptima de un fármaco
antidepresivo, el médico debe estar atento para detectar cualquier mejoría en la
salud mental o vigilar cuidadosamente la aparición de efectos secundarios.
El tratamiento de la depresión en los niños y adolescentes
requiere algo más que la terapia con medicamentos. La psicoterapia individual,
la terapia de grupo y la terapia familiar pueden ser beneficiosas. A los
miembros de la familia y al personal del colegio se les pide que contribuyan a
hacer disminuir el estrés del niño y que hagan todo lo posible por aumentarle su
autoestima. Durante una crisis, con el fin de evitar un intento de suicidio,
puede ser necesaria una hospitalización breve.
Manía y enfermedad maniacodepresiva
La manía es un trastorno del estado de ánimo por el que un
niño se encuentra muy exaltado, entusiasmado y activo y piensa y habla muy
rápidamente. La forma de manía menos intensa se llama hipomanía. En la
enfermedad maniacodepresiva, los periodos de manía o hipomanía se alternan con
períodos de depresión.
La manía y la hipomanía son raras en los niños. La enfermedad
maniacodepresiva es muy rara antes de la pubertad y no se descubre en la primera
infancia. Algunos niños tienen marcados cambios del humor, pero estos cambios
habitualmente no significan que se trate de una enfermedad maniacodepresiva.
Los síntomas y el diagnóstico de la enfermedad
maniacodepresiva en los niños y adolescentes son similares a los de los adultos.
Sin embargo, el tratamiento es complejo y habitualmente involucra una
combinación de medicamentos estabilizantes del estado de ánimo, como el litio,
la carbamacepina y el ácido valproico. Los niños y los adolescentes con una
enfermedad maniacodepresiva deben ser tratados por un psiquiatra infantil.
Conducta suicida
La conducta suicida comprende los gestos de suicidio
(acciones suicidas que no tienen intención de ser mortales), los intentos de
suicidio (acciones que tienen la intención de ser mortales, pero que no tienen
éxito) y el suicidio consumado (acto con el cual una persona se quita la vida).
La conducta suicida es frecuente entre niños mayores, sobre
todo entre los adolescentes. La tasa de suicidios en los niños, sobre todo en
los varones y especialmente entre los adolescentes (de 15 a 19 años), aumentó en
un 50 por ciento entre 1 970 y 1 990. El suicidio constituye la segunda causa de
muerte juvenil después de los accidentes. Aproximadamente 14 de cada 100 000
adolescentes llevan a cabo intentos de suicidio. Los varones lo intentan cuatro
veces más que las mujeres. Además, muchas muertes atribuidas a accidentes
automovilísticos o al uso de armas de fuego en realidad son suicidios.
Causas
El intento de suicidio es un signo claro de enfermedad
mental, habitualmente una depresión. La conducta suicida, a menudo, se
manifiesta a raíz de una pérdida, como puede ser la de un compañero o compañera
sentimental, la de ambientes familiares (colegio, barrio, amigos) después de un
cambio geográfico o la pérdida de la autoestima después de una discusión
familiar. La angustia que provoca un embarazo no deseado puede llevar a la
conducta suicida. Otro factor puede ser una falta absoluta de rumbo, estructura
y límites impuestos por los padres o por otras figuras autoritarias. Algunas
familias ejercen una presión excesiva para lograr el éxito. Si el niño cree que
tiene pocas posibilidades de conseguirlo, puede derivar en un intento de
suicidio. Un episodio disciplinario humillante también puede llevar a un intento
de suicidio. Un motivo frecuente es el deseo de manipular o castigar a otros con
la creencia de que "lo lamentarán cuando haya muerto''.
A veces, el suicidio puede deberse a que el niño imita las
acciones de otros. Por ejemplo, un suicidio al que se le dé mucha publicidad,
como el de una persona célebre, se sigue a menudo de otros suicidios. Así mismo,
pueden producirse brotes de suicidio en poco tiempo entre jóvenes de una escuela
secundaria o entre estudiantes en régimen de internado.
Prevención
Los padres, médicos, maestros y amigos pueden encontrarse en
una situación que les permite identificar a los niños o a los adolescentes que
puedan intentar llegar al suicidio. Por ejemplo, pueden notar cambios recientes
en la conducta. Cualquier gesto suicida debe ser tomado en serio. Declaraciones
tales como "ojalá nunca hubiera nacido'' o "me gustaría dormirme y no
despertarme nunca" pueden ser síntomas de un posible intento de suicidio. Un
niño corre un mayor riesgo aún si algún miembro de la familia, un amigo cercano
o un conocido se ha suicidado. Así mismo, puede influir también la muerte de un
familiar o la existencia de problemas de adicción a drogas o de trastornos de la
conducta.
Preguntar directamente a un niño sobre sus pensamientos y
planes suicidas reduce el riesgo de que éste intente suicidarse. También
resultan útiles los programas de participación comunitaria que apoyan a los
jóvenes que padecen estos problemas. Muchas comunidades disponen de servicios
telefónicos que ofrecen ayuda las 24 horas del día.
Tratamiento
Cada intento de quitarse la vida representa una urgencia. Una
vez que la amenaza ha sido superada, el médico decide la hospitalización del
niño. Esta decisión depende del riesgo de permanecer en casa y de la capacidad
de la familia para proporcionarle apoyo. La gravedad de un intento de suicidio
puede establecerse teniendo en cuenta distintos factores, por ejemplo, si dicho
intento no fue espontáneo, sino cuidadosamente planeado, o según el método
utilizado (un arma es indicio de un intento más serio que una dosis excesiva de
medicamentos), y si, efectivamente, se produjo algún tipo de lesión.
Es más probable conseguir un resultado favorable si la
familia da muestras de cariño y preocupación. Una reacción negativa o de falta
de apoyo por parte de los padres tiende a empeorar la situación. En algunos
casos, la hospitalización supone la mejor protección. Ésta se recomienda sobre
todo si el niño está muy deprimido o padece otro trastorno de salud mental, como
la esquizofrenia. El psiquiatra y el médico de familia trabajan habitualmente
juntos en el cuidado del niño. La recuperación comprende el restablecimiento
moral y de la tranquilidad emocional en el seno de la familia.
Trastorno de la conducta
El trastorno de la conducta se caracteriza por un
comportamiento reiteradamente destructivo.
Se han identificado varios tipos de trastornos de la
conducta. Los niños y adolescentes con trastornos de la conducta agresivos
solitarios son egoístas, no tienen buenas relaciones con los demás y carecen de
sentimiento de culpa. Los que padecen trastornos de la conducta grupal son
fieles a sus semejantes (como una pandilla), a menudo a costa de terceras
personas. Algunos niños y adolescentes dan muestras de alteración de ambas
conductas. Los que tienen un trastorno desafiante de oposición despliegan una
conducta negativa, enfadada y desafiante aunque sin violar los derechos de los
demás. Conocen la diferencia entre el bien y el mal y se sienten culpables si
hacen algo grave. Aunque inicialmente no es un trastorno de la conducta, a
menudo evoluciona hacia uno de tipo leve.
Tratamiento
La psicoterapia puede ayudar a adolescentes y niños a mejorar
su autoestima y control, contribuyendo a su vez a la mejora de su conducta. Los
sermones y las amenazas no funcionan. A menudo el mejor tratamiento consiste en
sacar al niño de un ambiente perjudicial y someterlo a una estricta
disciplina.
Trastorno de la ansiedad de separación
El trastorno de la ansiedad de separación se caracteriza por
la ansiedad excesiva al estar lejos de casa o al separarse de las personas a las
que el niño está unido.
Un cierto grado de la ansiedad debida a una separación es
normal y se observa en casi todos los niños, sobre todo en los bebés y en los
niños pequeños. En cambio, el trastorno de ansiedad de la separación es la
ansiedad excesiva que va más allá de la que se puede esperar para el grado de
desarrollo del niño. Alguna situación perturbadora en la vida, como la muerte de
un familiar, un amigo, un animal doméstico, un cambio de lugar de residencia o
un cambio de colegio, habitualmente desencadenan el trastorno.
Síntomas
El trastorno de la ansiedad de la separación dura como mínimo
un mes y ocasiona mucho estrés y una grave disfunción. La duración del proceso
refleja su gravedad. Los niños que padecen este trastorno sienten un gran dolor
al dejar su casa o al separarse de las personas a las que están unidos. A menudo
necesitan conocer el paradero de éstas y sienten miedo de que les ocurra algo
terrible. Viajar solos les incomoda y pueden negarse a ir al colegio, a un
campamento, de visita o a dormir a la casa de amigos. Algunos niños son
incapaces de quedarse solos en un cuarto, pegándose a uno de los padres o
siguiéndole como una sombra por toda la casa.
A menudo tienen dificultades a la hora de dormir. El niño con
trastorno de ansiedad de separación puede insistir en que alguien se quede en el
cuarto hasta que se duerma. Las pesadillas pueden representar los miedos del
niño, como por ejemplo la muerte de la familia en un incendio o cualquier otra
catástrofe.
Tratamiento
Puesto que el niño que padece este trastorno a menudo se
niega a ir al colegio, el objetivo más inmediato del tratamiento es conseguir
que el niño se reincorpore al mismo. La terapia de apoyo, sobre todo cuando es
proporcionada por los padres y maestros, es a menudo suficiente para lograr este
propósito. En algunos casos graves, los medicamentos contra la ansiedad y los
antidepresivos pueden ser efectivos. Una pequeña proporción de niños desarrolla
síntomas graves y requiere hospitalización.
Trastornos somáticos
Los trastornos somáticos son un grupo de alteraciones en las
que algún problema psicológico subyacente produce síntomas de pena e incapacidad
física.
Un niño con un trastorno somático puede presentar distintos
síntomas sin que exista ninguna una causa orgánica, como dolor, dificultad
respiratoria y debilidad. A menudo, presenta síntomas de enfermedades que ha
observado en algún miembro de la familia. Habitualmente, el niño no es
consciente de que exista una conexión entre los síntomas y el problema
psicológico subyacente.
Los principales tipos de trastornos somáticos son: el
trastorno de conversión, el trastorno de somatización y la hipocondría. En el
trastorno de conversión, el niño transforma un problema psicológico en un
síntoma físico. Por ejemplo, aparenta tener un brazo o una pierna paralizados,
se vuelve sordo o ciego o puede padecer falsos ataques epilépticos. El trastorno
de somatización es similar al de conversión, pero el pequeño desarrolla muchos
síntomas que son más vagos. En la hipocondría, el niño se obsesiona con
funciones corporales como el latido del corazón, la digestión y el sudor, y se
convence de sufrir alguna enfermedad grave, cuando realmente se encuentra sano.
Estos tres tipos de trastornos somáticos también se producen en adultos.
El trastorno de conversión y la hipocondría son comunes a
jóvenes de uno y otro sexo, siendo más frecuentes en las chicas. Así mismo el
trastorno de somatización afecta casi exclusivamente a estas últimas.
Diagnóstico
Antes de determinar que un niño padece algún trastorno
somático, el médico se asegura de que no tiene ninguna enfermedad orgánica que
pueda presentar los mismos síntomas. Sin embargo, habitualmente se evitan los
análisis de laboratorio extensos, porque pueden convencer aún más al niño de que
existe un problema orgánico. Si no puede detectarse ninguna enfermedad, el
médico habla con el niño y con la familia para tratar de identificar problemas
psicológicos subyacentes o relaciones familiares anormales.
Tratamiento
Un niño puede rechazar la idea de visitar a un psicoterapeuta
porque el tratamiento amenaza con desvelar conflictos psicológicos ocultos. Sin
embargo, las visitas relativamente cortas a un terapeuta, que le den confianza y
abarquen áreas no médicas, pueden romper gradualmente el modelo de conducta del
niño. La confianza y el apoyo brindado por los familiares contribuye a minimizar
los síntomas físicos, por los cuales el pequeño recibe atención médica y
cuidados generales de forma continuada. Si estas medidas fallan, el médico
probablemente tenga que enviar al niño a un psiquiatra pediátrico.
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